Un mes en la Amazonia: pirañas, barcos y rituales chamánicos

Mi entrada en la selva peruana no fue con muy buen pie. Nada más llegar a Yurimaguas (último pueblo accesible por carretera) caí enfermo y me pasé 2 días en cama con fiebre. Nada que no pudieran solucionar un par de inyecciones en la consulta médica (para verla!). Una vez recuperado, a tiempo para la última noche de las fiestas locales, estaba listo para emprender mi aventura de 5 días en la Reserva Natural Pacaya Samiria. Tenía la sensación de que mi Suerte me había retenido 2 días allí por alguna razón. Y al día siguiente conocí a mis nuevas compañeras de viaje: Anna, Laura y Luba.

En Lagunas nos recibieron los que serían nuestros guías, Alberto y Raúl, y nos embarcamos en nuestras canoas a surcar el río a través de la reserva. En los próximos días, comimos las pirañas que pescábamos en el río, hicimos excursiones nocturnas en busca de cocodrilos y divisamos parte de la flora y fauna del Amazonas.

A nuestra vuelta al pueblo de Lagunas, acudimos a una ceremonia en la casa de un chamán en la que probamos la ayahuasca, una poción a base de plantas medicinales. En mi caso, los efectos alucinógenos de la pócima se retardaron, haciéndome pasar una noche en el hostal de lo más "peculiar".

Seguí con Anna mi viaje por el río Amazonas hasta Iquitos. Tras 2 días en barco llegamos a la ciudad más grande del mundo sin acceso por carretera. Iquitos vivió su época dorada a finales del siglo XIX, cuando el boom del caucho llevó la opulencia a esta localidad, a costa de la explotación y esclavitud de las comunidades indígenas de la región. Hoy, Iquitos vive de la madera y del turismo, siendo la principal ciudad de la amazonia peruana. Allí, pude realizar una videoconexión en directo con mi querido pueblo Zorraquín, que estaba celebrando las fiestas de San Vitores, y conversar durante un rato con mis familiares y amigos, lo cual me lleno de emoción.

En Iquitos nos embarcamos en una aventura en barco que duraría toda una semana, hasta que llegasemos a Pucallpa remontando el Ucayali, uno de los afluentes del Amazonas. En el barco, dormíamos en nuestra hamaca y comíamos en nuestro 'tupper' lo que el cocinero preparaba. Además de pasajeros, el barco transportaba todo tipo de carga: desde ganado (que enriquecía nuestro menú cuando moría alguna vaca) hasta una flota de 'motocarros', sin olvidar la madera, frutas, verduras... y quién sabe qué más!

Pero no sólo la carga, sino también las personas a bordo, ofrecían gran diversidad. La mejor compañía nos la brindaron Areli y Alex, dos hermanos de 11 y 9 años, que se mudaban con su familia de Iquitos a Lima en busca de una vida mas próspera. Eran unos niños encantadores e increíblemente maduros para su edad, y aunque no fue fácil mantenerlos entretenidos a lo largo de los 7 días de nuestro viaje, su compañía hizo más llevaderas las horas muertas. Me hacía muchísima gracia el hecho de que Alex me llamase 'joven' todo el tiempo.

 

Una noche, en uno de los pequeños pueblecitos en los que el barco paraba de vez en cuando, subieron unos tipos portando porras, lo que me llamó bastante la atención. Al día siguiente, conversando con uno de ellos, me hizo saber que era el teniente gobernador de aquel pueblo y que estaban llevando a un hombre a prisión. Este desalmado había ahogado en el río a uno de sus hijos y había sido sorprendido mientras intentaba hacer lo mismo con el segundo. Hubo 2 cosas que me sorprendieron, al margen de no entender qué puede pasar por la cabeza de un hombre para cometer semejante crimen. Una era que el tipo iba en el barco libre de pies y manos, durmiendo a un par de hamacas de distancia de nosotros y sin un excesivo 'marcaje' de los policías que parecían ir armados únicamente con sus porras. La otra, que el hombre iba a la cárcel sin que tuviera lugar ningun juicio. Al parecer, el hecho de que le hubieran visto cometiendo el delito era suficiente para encarcelarlo.

Uno de los episodios más divertidos del viaje ocurrió una noche que el barco paro en otro pueblito. Al parecer, la localidad estaba celebrando alguna festividad y el barco no iba a zarpar hasta la mañana siguiente. Mi nuevo amigo el teniente gobernador, que me llamaba 'gringo', nos invitó a acompañarlos a la plaza del pueblo, donde disfrutamos de varias actuaciones y danzas tradicionales de la mano de los alumnos del instituto del lugar. Acabamos la velada tomando unas cervezas con los demás pasajeros del barco.

Al llegar a Pucallpa, pasamos la noche junto a la hermosa laguna de Yarinacocha y al día siguiente, con mucha pena, me despedía de Anna después de haber pasado las últimas 2 semanas con ella. Yo me quedaría una semana más en Pucallpa, en casa de Moisés, un nuevo amigo que me acogió e hizo de guía mostrándome lo mejor de Pucallpa y Yarina. Aunque Moisés decía que nunca había hecho de guía, se las arregló para mantenerme entretenido toda la semana. Muchas gracias Moico! Me llevé un gran recuerdo de Pucallpa.

Además, durante aquella semana, tuve mi segunda experiencia chamánica con la ayahuasca. Esta vez fue en un apartado lugar en la selva, en las inmediaciones de la laguna de Yarina, donde vivía Alberto, el chamán. Fue una experiencia menos alucinógena y más espiritual que la primera. Algo muy personal, difícil de explicar en estas líneas.

Así concluía todo un mes de idas y venidas por la selva peruana y ponía rumbo a Cuzco, a donde llegaría tras 2 días de viaje en autobús, con escala en Lima.