Lo que me llevará al final serán mis pasos, no el camino

Llegué a Cancún un miércoles por la mañana, con la única intención de partir rumbo a Cuba. Nada más llegar me dirigí al puerto y, como ya sabía que no había ferrys comerciales, intenté averiguar alguna otra opción preguntando a los pescadores del lugar. Poco a poco, me fui dando cuenta de que no iba a ser nada fácil hacer la expedición por mar y empecé a barajar la opción de ir en avión, como hacen las personas normales.

Mientras esperaba el vuelo, me acerqué a la Zona Hotelera para darme mi primer baño en el Mar Caribe. Tirado en la arena con mi toalla, cociéndome al sol, no podía sino sentirme un pobre hombre al verme rodeado de hoteles de 5 estrellas con sus hamacas bajo las palmeras y gigantescas piscinas con bar donde cientos de guiris se ponían ciegos a cubatas. Eso queda para cuando me toque el euromillones. Mientras tanto, no tuve más remedio que cruzar las lujosas instalaciones para salir de la playa y volver al más modesto centro de la ciudad, donde en mi hostal me esperaba una hamaca en el patio para pasar la noche. Mucho más divertido que una cama doble en habitación con aire acondicionado!

El viernes a mediodía, con toda mi buena fé, tomé un bus al aeropuerto con la esperanza de poder comprar allí mismo un billete de última hora a La Habana. Cuál fue mi sorpresa cuando me quisieron cobrar 100$ más que el precio que me habían dado en la oficina de Cancún. Así las cosas, decidí volver a la ciudad y hospedarme un par de días (al día siguiente jugaba España a la hora del vuelo) en casa de una gente que había conocido el día anterior.

Cuando llegué a su apartamento, resulta que 2 de ellos se iban a pasar unos días a Mérida, así que a falta de motivación alguna para quedarme 2 días en Cancún, allí que me fui con ellos. En el camino, percibí como se iba difuminando de mi mente la escapada a Cuba. Así que quien se anime a pasar un par de semanitas el año que viene en la isla caribeña, que cuente conmigo ;)

Total, que de estar pidiendo un billete a La Habana en el aeropuerto, pasé a estar en un carro rumbo a Mérida, a 300 km en sentido opuesto. Sin embargo, aunque se viniera abajo el plan de Cuba, la sensación de libertad que se siente al poder decidir tu futuro a cada instante, es increíble.

En Mérida, capital de Yucatán, pasé unos días tranquilos en casa de Iván. Paseamos por las calles y mercados de la ciudad, visitando la feria dominical de artesanías mayas y degustando la fabulosa gastronomía yucateca. Tras un mes en México, ya voy recuperando los kilos que se me habían quedado por el camino.

También hubo tiempo para visitar las ruinas mayas de Uxmal y apaciguar el sofocante calor dándose un baño en alguno de los cenotes que abundan en la península de Yucatán. Estos cenotes, son una especie de lagunas subterráneas que se encuentran en el interior de cuevas y que están interconectados entre ellos y con el mar.