Pasamos el fin de semana en Wellington, en casa de unas amigas de nuestra época Erasmus. Fue todo un lujo dejar la vida en la caravana por un par de días y volver a disfrutar de pequeños placeres cotidianos como el sofá, la tele, cocina...
Pasado el fin de semana, volvíamos a echarnos a la carretera, rumbo a Mordor (el Parque Nacional Tongariro). Nuestra ansiada excursión por los grandes volcanes se vío frustrada por el mal tiempo, las nevadas y el fuerte viento. Aún así lo intentamos, conduciendo a través de la densa niebla para dormir en el punto de inicio de la travesía. Pero al despertarnos, las inclemencias del tiempo nos hicieron recapacitar y actuar de forma sensata por una vez. Así que no tuvimos más remedio que renunciar y seguir adelante hacia nuestro próximo destino.
La excursión fallida resultó como una señal de alarma. De vuelta a la vida itinerante en nuestra 'casa' de 7m², empezaba a sentir que mis pasos carecían de sentido. De repente, era como si Nueva Zelanda ya me hubiese llenado, no necesitaba ver más. Además, la caravana olía mal y mi tolerancia a dormir con un francés estaba llegando a su límite. Pasar 10 días más así me parecía una vida, así que decidí adelantar mi vuelo rumbo a México y convertir la escala prevista de 18 horas en Santiago de Chile en una de 6 días.
Con la mente ya puesta en Sudamérica, afrontaba mis últimos días en el país kiwi. Primero, una tarde de aventura descendiendo a las cuevas de Waitomo para hacer tubing contemplando los gusanos luminosos y después escalar de vuelta a la superficie.
A continuación, nos dirigimos a la zona volcánica. En Taupo, visitamos los 'Cráteres Lunares', un área de actividades geotérmicas de 25km², y amanecimos con un baño en las aguas termales próximas a la ciudad.
En Rotorua, visitamos el parque Te Puia, donde además de ver un kiwi por vez primera, contemplamos otro de los espectáculos de la naturaleza: un géiser en erupción. La violenta expulsión de una columna de 20m de agua caliente y vapor, es una escena digna de admirar. El recinto además, estaba plagado de pozas de aguas termales y barro en ebullición.
Para soltar un poco de adrenalina, una mañana de rafting en el río Kaituna, donde descendimos cataratas de más de 5m.
Y por último, un día de visita a la isla-volcán White Island. Tras un par de horas de travesía en barco, pisábamos el volcán más activo de toda Nueva Zelanda.
Al fin, al llegar al aeropuerto internacional de Auckland, concluían mis 2 meses de andaduras por tierras oceánicas. Australia y Nueva Zelanda, tierras repletas de parajes vírgenes esperando ser descubiertos. Dos meses llenos de aventuras y nuevas experiencias. Dos meses de vida en una caravana, que comenzaron con la cálida ilusión de vivir como Mowgli (como me decía Hannes al verme todo el día en bañador) y se fueron enfriando hasta el punto de sentir la necesidad de partir en busca de nuevos mundos...
miércoles, 2 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
asik Sauron no os dejo llegar a Mordor...
ResponderEliminarIker
Ya ves que entre el lujo y el francés solo hay por medio una caravana, si es que hay anillos que ahogan.
ResponderEliminarY ahora al continente de los (como dicen los gitanos) payoponys, seguro que aquí se te abre otro mundo de sensaciones.
Bueno krapula, ya contarás.
Lo del gabacho, por supuesto, era desde el cariño. Sylvain, aunq no lo creas echo de menos tus ronquidos! jajaja!
ResponderEliminarEn cuanto a lo del gabacho te compadezco y te entiendo perfectamente....;) jajaja
ResponderEliminarLeti